El Forastero y Geometría Caníbal presentan:

Un maravilloso y extraordinario concurso de narrativa fantástica:

¿Dónde está la cabeza de Dick, Doctor Hanson?.

Inspirado en los sorprendentes y metamórficos sucesos reales ocurridos a dicho especialista y que han dado la vuelta al mundo recientemente -o por lo menos a la Internet.






¿Dónde está la cabeza de Dick, Doctor Hanson?

Encontrado en Nevada

¿Alguien lo ha seguido? ¿Está seguro?. Bien. Aquí tiene un nuevo cuento en el concurso ¿Dónde está la cabeza de Dick, Doctor Hanson?. Intriga, misterio, quizás alguna respuesta a las grandes preguntas de la vida. Todo aquí, todo a continuación. ¿Ha visto usted la cabeza de Dick?. Si lo ha hecho no se quede sin participar.



Autor: Spelux

0.
En abril de 1964, un niño y sus padres esperaban en un embarcadero de Oakland, California, el trasbordador a San Francisco. El niño, que andaba en los cuatro años, reparó en un hombre sucio y mal vestido, con barba de días que esperaba de pie con una lata en la mano. El chico le pidió cinco centavos a su padre, se acercó al mendigo y le entregó la moneda. El hombre, en voz extraordinariamente efusiva, le dio las gracias y le puso en la mano una hoja de papel, que el niño llevó a su padre para enterarse de lo que era.
- Habla de Dios – dijo su padre.
El niño ignoraba que el mendigo no era en realidad un mendigo, sino un escritor de ciencia ficción llamado Phil Dick que viajaba por el tiempo para examinar a las personas.
Con el paso de los años, el niño se hizo hombre. En el 2004 ese hombre se vio enfrentando terribles apuros. De ningún modo podría liberarse de ello. Aún no lo sabía, pero en aquel momento, aquel viajero ya hacía buen tiempo que había regresado a la Tierra y lo había usado a él como pieza clave para su regreso. Hacía mucho que se había olvidado de aquel mendigo en Oakland y de los 5 centavos que le diera.
Este hombre es el Dr. Hanson y acto seguido me referiré a tales cuestiones.


1
Hanson dejó la cabeza en el compartimiento de equipaje de mano del avión y eso es todo lo que sabe. Finito.
La cabeza no está en el aeropuerto de las Vegas, ni en el de San Francisco, ni en la repisa de ninguna compañía de Alabama que compra a las aerolíneas objetos abandonados.
En este momento igual podría estar en China o en órbita alrededor de la luna.
Los oficiales de America West le dijeron que habían buscado en todas partes, que habían contratado a un clarividente del FBI y que habían hecho todo lo humanamente posible para localizar aquella bolsa con la cabeza. Incluso le propusieron a Hanson patrocinarlo para la fabricación de una nueva. Pero ponían condiciones:
-Opinamos que si la cabeza es un robot, la nueva debería tener el rostro de Isaac Asimov. ¿No cree? Al fin y al cabo él inventó las tres leyes de la robótica.
Después de eso, Hanson se deprimió tanto que se dio cuenta de que ya nunca más volvería a fabricar ninguna otra.
La cabeza servomecánica de Phil Dick era única y ahora se había perdido para siempre. Por su culpa.
Hanson estaba destrozado.


2
-Quieren la cabeza de Michael Jackson – dijo Olney tras la línea y esperó paciente la respuesta de Hanson.
Nada.
-Están ofreciendo mucho por ella. Más si los sevomotores hacen que el rostro pueda transformarse automáticamente
-¿Transformarse?
-Si. Ya vez… pasar por todas las cirugías faciales que se ha hecho.
Hanson permaneció otro momento en silencio pero no hizo esperar mucho a Olney.
-Pues… hazla.
-Bien. ¿Cuándo regresarás?
-No. No quiero regresar. No por el momento.
-¿Y como se supone que lo haré yo solo? El experto en robótica eres tú.
-No me siento bien.
Con ese era ya el cuarto mes que no se sentía bien. Hanson había volado hasta las Vegas en un vano esfuerzo de recuperar la cabeza de Dick pero era ya un hecho que no había ninguna esperanza. Desde entonces se la había pasado prácticamente enclaustrado en su hotel.
-No puedes estar deprimido toda la vida – dijo Olney.
-Creo que ya hemos hablado de esto antes.
-Mira. Por favor. Piénsalo. Te hablaré más tarde ¿de acuerdo?
Hanson asintió y colgó el teléfono. Su diseñador de software en Hanson Robotics tenía razón. No podía permanecer así siempre.
Decidió que mañana mismo se largaría de ahí. Pagaría la cuenta y se iría. Lejos. No. No lejos. A su casa, a su empresa. ¡Dios mío, todo por una cabeza de robot! Resultaba hasta ridículo.
Hanson comenzó a llorar.

3.
Cuando Hanson volvió a toparse con la cabeza servomecánica de Dick, ya era demasiado tarde para cerciorarse de que lo que había visto no era una ilusión.
Solo, en la sala de espera del aeropuerto de las Vegas, Hanson compró una postal. La tomó, casi al azar, de un exhibidor de metal colgado en la pared de un puesto de revistas y escribió en la parte trasera un mensaje para su madre. Puso el nombre de ésta, la dirección de la casa y colocó una estampilla que le vendieron en el mismo lugar.
Era extraño. Nunca le había mandado una postal a nadie. Ni siquiera a su madre. Se acercó al buzón de envíos que parecía casi un primo de los Daleks y cuando se encontraba arrojando la tarjeta hacia el interior sus ojos pudieron percibir, por un segundo, la fotografía de un paisaje desértico de Nevada, y ahí, en el suelo, la servocabeza de Dick, arrumbada entre unos arbustos, pero tan clara y definida como un logotipo.
¡Lástima!. La tarjeta se deslizó de sus dedos al interior del buzón, perdiéndose ahí como si se tratara de un agujero negro.
A Hanson le dio un vuelco el corazón. Corrió hacia el puesto y se dio cuenta de que la que había comprado era la única postal de su tipo. Por supuesto, tampoco hicieron caso a sus ruegos de abrir el buzón. No se podía. Era delito federal.
Fue pues ahí, en el aeropuerto, donde Hanson tuvo su primera crisis nerviosa.
Por supuesto, en su futuro se vislumbraban muchas más.

4.
Primero fue en la postal que perdió casi de inmediato y que nunca llegó a su destino. Después, en un anuncio espectacular en el freeway de los Ángeles, donde, gracias al tráfico, no pudo detenerse; de adorno en el set de un programa de concursos al cual nunca pudo comunicarse; en la portada de un cd edición especial de música country que se agotó antes de que pudiera obtenerlo; en la playera de un chico que se perdió entre la multitud de la ciudad. En todos ellos vio la cabeza de Dick.
Después de todo esto y más, Hanson llegó a la conclusión de que debía estar sufriendo una especie de esquizofrenia. Extrañamente, ese pensamiento lo tranquilizó y comenzó a pasar por alto cada experiencia que tuviera relación con la cabeza servomecánica. Era eso o permitir que aquellas experiencias lo volvieran irremediablemente loco.
Así fue hasta el día en que llego Olney con aquella fotografía. La colocó sobre su escritorio y espero a que la viera. La foto mostraba una serie de siete cabezas de Phil Dick en un mercado de México.
Cuando Hanson la vio, quedó helado. Ni siquiera podía respirar. Permaneció engarrotado, como piedra.
-Pues ya vemos donde ha estado todo este tiempo la cabeza de Dick – dijo Olney.
En cuanto dijo eso, Hanson se volvió hacia él. ¡Olney también podía verlo!
-No entiendo – murmuró. Debía estar seguro que no era otra fase más de su esquizofrenia nerviosa.
-Los chinos. ¡Los malditos chinos la tenían y ahora sacan copias piratas a bajo costo que venden por todo el mierdero mundo! ¡Vamos a demandar a esos cabrones!
Olney estaba verdaderamente frenético.
-Pero…¿estás seguro que son realmente cabezas de Dick? ¿Como la nuestra?
-¿Qué no estas viendo? ¿ O te refieres a cabezas del “otro” tipo de Dick?
Aquella foto era verdad. No era ninguna alucinación.
Un inconsciente suspiro de alivió partió de Hanson. Sintió que el peso del mundo abandonaba en ese momento el nido que había hecho en sus hombros. No estaba loco. Al menos no en aquel momento.
-De cualquier forma – dijo –, no es posible que los chinos hayan hecho una réplica exacta. No tienen la tecnología y si la tienen, es demasiado cara como para vender copias pirata.
Olney no dijo nada. Se levantó y se fue. Estaba furioso.
Hanson, por su parte, se sentía ahora liberado.

5.
La réplica era exacta.
Hanson desarmó una de las cabezas en su cuarto de hotel en Guadalajara, en México, y sí - aunque efectivamente, los materiales eran de inferior calidad, todo estaba ahí dentro. Pieza por pieza.
-Son chinos. Ellos pueden construirlo todo -dijo la otra cabeza de Dick que se encontraba acomodada sobre la cama.
Hanson sintió que algo frío recorría su espalda, haciendo que sus cabellos se erizaran. Con la velocidad de un resorte, se volvió hacia el lugar de donde venía la voz.
La cabeza de Dick aún permanecía dentro de la bolsa de plástico que la vendedora mexicana le había dado para que cargara con su mercancía.
Cada cabeza le había costado 350 pesos mexicanos. Unos 28 dólares. Ambas decían en la base del cuello: Made in Taiwan.
Y ahora una de ellas le hablaba.
Increíble. Los chinos habían logrado duplicar también la inteligencia artificial.
-Tengo un mensaje para usted – dijo la cabeza –. Si tan sólo hiciera el favor de sacarme de aquí…
Hanson se acerco con cautela a la bolsa, y tomando por los cabellos a la cabeza de Dick, la elevó como si de Medusa se tratara. Ambos, cabeza y doctor, quedaron frente a frente.
-¿De quién es el mensaje? – preguntó Hanson.
-Mío – la cabeza sonrió.
Hanson colocó la cabeza en la mesita del cuarto donde había desmontado a la primera y tomó asiento frente a ella
-¿Cómo lograron copiarte a tan bajo precio? – preguntó intempestivamente el doctor.
-¿El precio es lo que le importa? Dios mío. ¡Todos son tan materialistas! Por eso elegí venir así, como producto. Era la única forma de filtrarme. Atacamos al enemigo usando sus mismas armas.
-¿Qué quieres decir?
-Antes que nada, el mensaje. Y el mensaje es: Siento haberle hecho padecer todos estos problemas desde el principio. La desesperación, las depresiones, la obsesión por la robótica… pero créame, era necesario. Mucho. De otra manera, no habría podido cumplir con la misión que me han encomendado.
-¿Encomendado…Quiénes? ¿Los chinos? ¿Eres un aparato espía de alguna clase?
-Algo así. Pero los chinos no tienen nada que ver.
-De cualquier forma, me deslindo de cualquier responsabilidad con respecto a un aparato de espionaje. Yo no te elaboré para eso.
-Demasiado tarde. Es mi triste deber anunciarle que, de hecho, ya lo están buscando. Y esto apenas comienza.
-¿Buscarme? ¿A mí? ¡Yo no he hecho nada!
-Sí que ha hecho. Me ha construido. ¿Recuerda el avión? Pues le tengo noticias. Nadie de aquel avión llegó a San Francisco en directo. Durmieron con gas a toda la tripulación y bajaron el aeroplano en una zona militar de Nevada. Me estaban buscando, pero para su desgracia yo ya no estaba ahí. Ah, y le daré un dato curioso: modificaron los relojes de todos los pasajeros para no crear sospechas.
Hanson no podía creer todo aquello. Aunque de hecho no era raro. El software de personalidad del robot estaba fielmente basado en la personalidad paranoica y esquizofrénica del autor de ciencia ficción en que se inspiraba. Todo aquello era pura imaginación. Fantasía total. Pero… ¿cómo sabia lo del avión? Y lo de sus depresiones. Y la angustia.
-No vivimos en el 2004 – continuó la cabeza –; realmente es el año 50 después de Cristo y todo esto es una realidad simulada. Todos estamos atrapados en una red de mentiras y engaños. Todo el universo lo es porque es un universo defectuoso que niega a Dios. Pero Él prometió volver. Yo lo estoy ayudando. Soy parte de un plan que busca arreglar este universo, arrebatarlo al Anticristo y traer la salvación.
Hanson quiso decir algo pero la cabeza no lo dejó:
-Hace años, un niño le dio 5 centavos a un mendigo muerto de hambre en un embarcadero de Oakland. Se los había pedido a su padre para dárselos ha este hombre porque el niño tuvo compasión. El hombre era yo y usted era aquel niño. Por ese acto lo seleccioné. Desde entonces hemos trabajado juntos, aunque tengo que admitir que usted nunca lo supo y no muchas veces le dejé elección. Ahora las cosas han cambiado. Ellos ya saben que hemos vuelto y que pronto inundaremos el mercado con más y más productos. Primero serán cabezas robóticas de moda. Camisas. Fijadores para pelo. Programas de concurso en la televisión. Ellos también brincaron cuando vieron que los chinos hacían estas cabezas porque ya se están imaginando por donde nos verán llegar. La economía de mercado que tanto ha despersonalizado y esclavizado a la civilización occidental esta por caer y la utilizaremos para nuestros fines. Pero ahora, ya le digo, todo ha cambiado. Saben quién es usted. Saben que acabaré por contactarlo. Yo le pido, Dr. Hanson, que me ayude.
Hanson estaba sorprendido. Los chinos habían copiado el software de personalidad de una forma magistral. De hecho lo habían mejorado. No en balde eran un pueblo con miles de años de cultura inigualable.
-Tengo que avisarle algo más. – dijo la cabeza –. Dos hombres lo esperan abajo, en la recepción. Lo han venido siguiendo desde el Paso. No le recomiendo toparse con ellos.
Por un momento ambos quedaron en silencio.
-Dr. Hanson, Sé que piensa que todo esto es por causa de mi software de personalidad. Le tengo una prueba de lo contrario y un regalo. No dejaré que esos hombres lo atrapen.
-¿Qué podrías hacer? Eres sólo una cabeza servomecánica.
-Le pediré un favor, Dr. Hanson. Quiero que se vuelva lentamente hacia el espejo que esta tras de usted. Y cuando lo haga, quiero que tenga confianza en mí. Siendo sinceros, de el día de hoy en adelante ya nada será igual para usted, pero necesito, es imperativo, que me tenga confianza ¿de acuerdo?
Al principio Hanson estaba confundido, pero ahora no podía evitar sentir miedo. Verdadero miedo. Esto ya trascendía la locura. Sin embargo, lentamente, con las piernas temblándole, se volvió. Y ahí, reflejado en el espejo, vio un rostro que no era el suyo. Y lo reconoció.
-Por favor, Dr. Hanson. – dijo la cabeza de servomecánica de Dick. – no vaya a gritar. Por favor.

0.

En abril de 1933, un niño un poco demasiado gordo y su madre esperaban en una central de autobuses en algún lugar de Chicago. El niño, que andaba en los cinco años, reparó en un hombre sucio y mal vestido, con barba de días que esperaba de pie con una lata en la mano. El chico le pidió una moneda a su madre, se acercó al mendigo y se la entregó. El hombre, en voz extraordinariamente efusiva, le dio las gracias y le puso en la mano un papel, que el niño llevó a su madre para enterarse de lo que era.
-Es un artículo científico – dijo su madre –. Habla de la forma del universo.
El niño pestañeó. Ella sonrió y le dijo:
-Dice que un grupo de investigadores ha logrado por medio de mapas estelares conocer la forma del universo y por lo que veo aquí, vaya que tiene forma extraña.
El niño ignoraba muchas cosas, pero sí sabía lo que era universo. Su madre le acercó la imagen que acompañaba aquel articulo y el niño pudo ver la forma que tenia.
-Es la cabeza de un hombre con barba – dijo él.
-Sí, eso parece- dijo su mamá
-¡Como Dios! – exclamó el niño
-Pues… sí. Pudiéramos decir que como Dios.
El niño no sabía que el mendigo no era en realidad un mendigo, sino un doctor en robótica que viajaba por el tiempo para examinar a las personas.
Con el paso de los años, el niño se hizo hombre y se vio enfrentando terribles apuros. De ningún modo podría liberarse de ellos. Cuando llegó el momento de todo aquello, de los cuentos de ciencia ficción, de las crisis, de las drogas y de la angustia, hacía mucho que se había olvidado de aquel mendigo de Chicago y de la moneda que le dio.
El mendigo se apellidaba Hanson y el niño…

-Phil – dijo su madre – Ya llegó el camión. Toma tu maleta y vámonos.
-Si, mamá – dijo él.

La madre tiró el artículo a un bote de basura, pero mientras se retiraba, el chico lo recogió, lo dobló y lo guardó en el bolsillo frontal de su camiseta.

El Dr. Hanson los vio alejarse.