Cuentos de seis palabras
Dick's head: Finally you arrived Philip.
(La cabeza de Dick: Finalmente llegaste Philip)
El Forastero y
Geometría Caníbal
presentan: Un maravilloso y extraordinario concurso de narrativa fantástica: ¿Dónde está la cabeza de Dick, Doctor Hanson?. Inspirado en los sorprendentes y metamórficos sucesos reales ocurridos a dicho especialista y que han dado la vuelta al mundo recientemente -o por lo menos a la Internet. |
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¿Dónde está la cabeza de Dick, Doctor Hanson?
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Cuentos de seis palabrasEn honor a los cuentos de seis palabras publicados por la revista Wired tramos en exclusiva un cuento de seis letras sobre la cabeza de Dick. (Link original)
El Grupo de la Justicia en: ¿Dónde Está La Cabeza De Dick?Cuando lanzamos la convocatoria y pensábamos en qué tipo de historias podrían llegar para este concurso nunca imaginamos este delirante guión de comic que nos ha llegado, contadonos las aventuras del Grupo de la Justicia, con Dr. Hanson y de RoboDick entre otros personajes.
Autor: Comic Geek ¡La Historia que Nadie se Atrevió a Publicar! ¡No creerás lo que estás leyendo! El Grupo de la Justicia en ¿Dónde Está La Cabeza De Dick? Guión- - - Dibujos- - - Colores- - Rotulación Charles “grinny” Whalleight- Herman “Cocky” Valley- Estudio CKY- “Joking” Carla Frenchie ¡Nos encontramos en la base secreta del Grupo de la Justicia de América! Mantomic y el misterioso Dr. Hanson se encuentran ante la Computadora del Grupo de la Justicia(tm). - Mantomic: ¡El escáner indica una alerta naranja! - Dr. Hanson: ¡Se trata de una alerta de CRIMEN! ¡El poderoso Manapalm se hace cargo de la situación! - Manapalm: ¡Adelante, equipo! ¡Nos dividiremos en dos grupos para detener a los malhechores! - Criminal: ¡A ver listillo, no hagas ningún movimiento extraño o te lleno de plomo! El tendero, atemorizado, mete los billetes en un pequeño saco marcado con el símbolo del dólar. El criminal se marcha corriendo, pistola en mano. - Criminal: ¡Har, har! ¡Pero el valiente Manapalm desciende de los cielos con el brazo extendido! ¡El misterioso Dr. Hanson le sigue de cerca junto con Rayombre, el más veloz mortal sobre la tierra y la portentosa Femiwoman! - Manapalm: ¡Alto malhechor! - Criminal: ¡No me cogereis vivo! –¡Bang! ¡Bang! ¡Pero las balas rebotan sobre nuestro héroe! - Manapalm: ¡Es inútil, criminal! ¡Las balas rebotan sobre nuestro héroe! –Y sella el trato con un impactante puñetazo. ¡El comunicador de FemiWoman nos da terribles noticias! - Femiwoman: ¡Oh, cielos! ¡Es el Hombre del Saco, el detective más disfrazado del mundo! - Hombre del Saco: ¡Soy Hombre del Saco! ¡Volved a la base, presto, tengo terribles noticias! ¡En la fabulosa base espacial del Grupo de la Justicia de América, Hombre del Saco tiene terribles noticias! - Hombre del Saco: ¡Nuestro equipo fue al Avión Maldito del Profesor Cerebrum a evitar que inventase un botón para transformar a las ballenas en oro! - FemiWoman: ¡Gasp! ¡Escalofrío! ¡Un Flash-back! - Hombre del Saco: ¡Doctor Cerebrum, no se le ocurra inventar ese botón! ¡El sorpendente Robodick, el hombre mecánico, usa sus sensores! - Robodick: ¡Hombre del Saco, mis sensores detectan altos niveles de TRAMPA! Hombre del Saco: ¡Mochilas Mochales! ¡Tienes razón! - Doctor Cerebrum: ¡Es demasiado tarde, justicieros enmascarados! ¡El doctor Cerebrum saca su temible Rayo ladrón y lo dispara hacia Robodick! - Doctor Cerebrum: ¡Muchas gracias, Grupo de la APESTICIA! ¡Me quedaré con esta cabeza de Dick. ¡La compuerta se abre y nuestros héroes se precipitan al vacío! - Hombre del Saco: ¡Caemos al vacío! - Hombre-goma: ¡Es una situación de altura! –Y se transforma en un hilarante paracaídas, que para la caída de nuestros héroes de forma hilarante. ¡El flash-Back termina! - Manapalm: ¡Por el fantasma de Napoleón! ¡Debemos recuperar esa cabeza! - FemiWoman: ¡Sí!, pero... ¿cómo? ¡El Hombre del Saco sabe qué hacer! - Hombre del Saco: ¡Ya sé qué hacer! Los poderes místicos del Doctor Hanson pueden servir para localizar la Base Oculta Secreta del Doctor Cerebrum y así recuperar la cabeza! ¿Logrará el Grupo de la justicia de América recuperar la cabeza de RoboDick de las manos del malvado Doctor Cerebrum? ¡Una historia de vértigo con un malvado invitado muy especial! El Grupo de la Justicia en ¿Dónde Está La Cabeza De Dick? (segunda parte) Guión- - - Dibujos- - - Colores- - Rotulación Charles “grinny” Whalleight- Herman “Cocky” Valley- Estudio CKY- “Joking” Carla Frenchie ¡El malvado Doctor Cerebrum tendió una trampa a nuestros héroes para robar la cabeza de RoboDick! ¿Qué van a hacer? - Manapalm: ¡Tengo una idea! ¡El Doctor Hanson puede usar sus poderes para descubrir el paradero secreto de la cabeza de RoboDick! ¡El misterioso Doctor Hanson se concentra para hacer uso de sus poderes místicos! - Doctor Hanson: ¡Por el poder de los anillos de Saturno! ¡Por los misteriosos rayos del espacio! ¡Muéstrame la situación de la cabeza de RoboDick, el hombre mecánico! - Manapalm:¡DÓNDE ESTÁ LA CABEZA DE DICK, DOCTOR HANSON! –¡Exclamó el Hombre de Hierro con intensidad! - Doctor Hanson: ¡Ya lo tengo! - Hombre del Saco: ¡Es cierto! ¡Mirad la Computadora de la Justicia(tm)! ¡Se encuentra en la BASE SECRETA DEL DOCTOR CEREBRUM! ¡Manapalm se dirige a los cielos! - Manapalm: A la BASE SECRETA DEL DOCTOR CEREBRUM! ¡Nuestros héroes llegan a la terrible base secreta del Doctor Cerebrum! - Doctor Cerebrum: ¡Pero si es el Churro de la Justicia! - Manapalm: ¡Así es! ¡Ríndete, villano! ¡Pero el Doctor Cerebrum tiene planes aviesos que no incluyen la rendición de ningún villano! ¡Las compuertas se abren! - Doctor Cerebrum: ¡Estudiando la cabeza de RoboDick he sido capaz de crear mi propio ejército de Robots Mecánicos! ¡A ellos, Robostructores! - ¡De las compuertas aparecen los temibles Robostructores, que se abalanzan sobre nuestros Superpoderosos e indefensos héroes! - Robostructores: ¡Destruir! - Manapalm: ¡Adelante, Grupo de la justicia! - FemiWoman: ¡Estoy atada! ¡El Hombre-Goma coge la forma de un gigantesco muelle y hace rebotar a los robots! - Hombre-Goma: ¡Siempre quise trabajar en una discoteca! Manapalm se lanza sobre los Robostructores pero, ¡Maldición!, ¡Su némesis Goriluther aparece de la nada! - Goriluther: ¡Manapalm! ¡Volvemos a encontrarnos! - Manapalm: ¡Mi archinémesis Goriluther, el Gorila millonario! ¡Aparta, debo recuperar la cabeza de un amigo! - Goriluther: ¡No te será tan facil esta vez, Manapalm! ¡Prueba un poco de esto! ¡La pistola de “Rayos de Enkriptadina” dispara certera hacia nuestro héroe! - Manapalm: ¡Aaargh! ¡Pero el Hombre del Saco ha estado estudiando a los Robostructores y ya conoce el método para destruirlos! - Hombre del Saco: ¡Rápido, Justicieros! ¡Debemos atacar a los robots en su punto débil! - Doctor Cerebrum: ¡Maldición! ¡Esto exige una retirada rápida! El Rayombre ataca en un instante a siete robots que explotan con explosivas explosiones. - Rayombre: ¡Feotes, disculpad que os de un explo-toque! Hombre del Saco elimina a otro de los Robostructores con su Saco-bumerang. - Hombre del Saco: ¡Rápido, Doctor Hanson, recupera la cabeza de Dick con tus asombrosos poderes! - Doctor Hanson: ¡Imposible, viejo amigo, Manapalm está en peligro! ¡Así es! El malvado Goriluther está regocijándose ante nuestro héroe con un terrible anillo de Enkriptadina! - Goriluther: ¡Por fin te destruiré, Manapalm, y entonces el mundo me pertenecerá! ¿Es este el fin de Manapalm? ¿Qué ocurrirá con la cabeza de Robodick? ¡La conclusión de una extraordinaria historia! El Grupo de la Justicia en ¿Dónde Está La Cabeza De Dick? (Parte 3) Guión- - - Dibujos- - - Colores- - Rotulación Charles “grinny” Whalleight- Herman “Cocky” Valley- Estudio CKY- “Joking” Carla Frenchie Goriluther, el malvado gorila millonario y archinémesis de Manapalm está a punto de destruir a nuestro héroe gracias a su anillo de Enkriptadina, ¡el único punto débil del hombre de fuerza! ¡Mientras tanto, la cabeza de Robodick sigue sin ser recuperada! - Goriluther: ¡Maldito Manapalm, te destruiré con tu único punto débil, la Enkriptadina! - Hombre del Saco: ¡Te olvidas de mí, Mono trajeado!- ¡Le salta encima con la capa extendida! ¡La furia animal de Goriluther desatada!, Agarra al vuelo al Hombre del saco. - Goriluther: ¡No soy un mono...! Y de un gran puñetazo envía volando al Hombre del Saco hasta un Robostructor. - Goriluther: ¡...Soy un simio! ¡Y aprovechando el descuido, Manapalm se incorpora! - Manapalm: ¡Nunca debiste distraerte, Goriluther! ¡Y gracias a su Poder Napalm de Hipnotismo, hace que Goriluther no pueda dejar de bailar! - Manapalm: ¡Gracias a mi Poder Napalm de Hipnotismo...! - Manapalm: ¡... No vas a parar de bailar hasta que yo te lo ordene! - Goriluther: ¡Maldición, Manapalm!¡Esto no quedará así! ¡Hombre-Goma toma la forma de un organillero italiano! - Hombre-Goma: ¡Baila, Jojo, baila! - Manapalm: ¡Y ahora es la hora del número final! ¡Un puñetazo envía a Goriluther hasta fuera de la Base Secreta del Doctor Cerebrum! - Manapalm: ¡Misión cumplida! - Hombre del Saco: ¡Doctor Hanson, debes usar tus poderes místicos para encontrar la cabeza de Dick! - Doctor Hanson: ¡Imposible! ¡FemiWoman está atada y los Robostructores están a punto de atacarla! - FemiWoman: ¡Por Hera! ¡Estoy inmovilizada y en peligro! - Robostructores: ¡Destruir! ¡Nuestro grupo se dirige a rescatar a FemiWoman y destruyen a media docena de robots gracias a las instrucciones de Manapalm! ¡Boom! ¡Rayombre! ¡Bam! ¡Mantomic! ¡Ka-Blam! ¡Manapalm! ¡Swish! ¡Hombre del Saco! ¡Spewt! ¡Hombre-Goma! ¡Sbloukched! ¡Doctor Hanson! - Femiwoman: ¡Gracias, Manapalm! ¡Ahora que me has liberado estoy desatada! - Hombre del Saco: ¡Doctor Hanson, utiliza tus poderes para detectar dónde se encuentra la cabeza de Robodick! - Doctor Hanson: ¡Por los poderes místicos del misticismo! ¡Por la gran vaca de la India! ¡¿Dónde está la cabeza de Dick?! El extraño vórtice de colores y texturas se arremolina alrededor del misterioso Doctor Hanson, el místico más poderoso de la Tierra. - Doctor Hanson: ¡Anillos de Saturno! ¡Se encuentra en el Despacho del Terror del Doctor Cerebrus! - Manapalm: ¡Ahí está! ¡Recuperamos la cabeza de Dick! ¡Nuestros héroes vuelven dinámicamente a la base de la Liga de Justicieros! ¡El Doctor Hanson re-ensambla a RoboDick! - Robodick: Bip. - Manapalm: ¡Y que lo digas, amigo! - Todos: ¡Hahahahahahahahahahahaha! ¿Dónde está la cabeza de Dick, Dr. hanson?Nuevo cuento para el concurso, esta vez desde Barcelona, España. Parece que va aumentando la participación, lo que siempre es una buena noticia, aunque dificultará la elección, que en el fondo es otra buena noticia.
Autor: Cangrejo Gigante. El pequeño comedor resultaba hasta romántico, a la luz de las velas y inmerso en los graves embriagadores de Barry White. La deliciosa pasta hecha en casa y el refrescante (y camufladamente fuerte) vino eran la artillería pesada de la noche y las tropas de César avanzaban inexorablemente hacia el objetivo final de la campaña iniciada hacía ya algún tiempo. Ana era, probablemente, la mujer más atractiva que le había dirigido la palabra y sin lugar a dudas la más atractiva que había entrado en su piso (al menos desde que él lo habitaba) El plan original incluía cena, comedia romántica (con las palomitas correspondientes) y caballeroso transporte hasta casa de la dama... -¿Qué película has alquilado para esta noche, César? -Dos días para Margaret. ¿Me dijiste que no la habías visto, no? -Bueno, hay muchas cosas que no he visto... por ejemplo, no me has ensañado tu casa... seguro que tiene más habitaciones a parte de comedor y lavabo, no he visto tu estudio... ni el dormitorio... ¡Sí señor! ¡La larga campaña de conquista llegaba a su fin! ¡Por fin, la rendición! La sonrisa de bobo en la cara de César fue la confirmación de que lo había entendido. -V-voy a buscar una botella de champán que tengo en la nevera. ¡Ahora vuelvo! -La tenías guardada para la ocasión, ¿eh? -¡Sí! Digo, ¡No! ¡No, no! La tenía porque... ehm... Ana se rió. Al volver al comedor con las dos copas y la botella, encontró a una Ana menos alegre. Se había levantado y miraba, preocupada, hacia la estantería. -¿E-ese busto me sigue con la vista?... ¿Es posible, César? ¡Oh, no! Lo había visto. Había hecho que ella se sentase de espaldas a la estantería precisamente para evitarlo. Estaba llena de libros, como era de esperar, pero, además, estaba infestada de toda clase de muñecos, miniaturas y reproducciones de robots. En general no eran ningún problema, solo una rareza en un hombre de su edad, pero una de las piezas de su colección era... diferente... César dejó la botella en la mesa y corrió a tranquilizar a Ana. -¡Oh, no te preocupes! Es parte de mi colección de robots... La versión robótica de la cabeza de un escritor de ciencia ficción muy conocido. -¿Es un robot de verdad? Me da muy mal rollo... -Sí, es un robot sencillo, sigue el movimiento con la mirada, imita expresiones faciales, habla un poco... -¿Esa cosa habla? ¡Qué desagradable! -No te preocupes, es completamente inofensivo. Y también muy tonto. ¡Dickhead, dile algo a la señorita! Verás como no...-En ese instante llamaron a la puerta y César tuvo que ir a abrir. Era Don Gregorio, el viejo insoportable que vivía en el piso de arriba. -¿Qué es esto, eh? ¡Un escándalo, eso es lo que es! ¡¿Cómo quiere que la gente descanse si arma estos follones?! -¿Qué? Pero de qué... -¡Esa música odiosa! ¡Los bajos se oyen por todo el edificio! ¡Me he tumbado en la cama y he salido disparado de tanto que vibraba el suelo! ¡Venga a mi piso, ya lo verá! -Oiga, yo no...-Dijo mientras lo arrastraba hacia fuera- ¡Ya lo apago, ya lo apago! Pese al compromiso de parar la música, lo tuvo en el pasillo más de diez minutos con sus quejas, que, por volumen, podían haber despertado a los vecinos tanto como su Barry White. -Era ese viejo insoportable, Ana.-dijo al volver a entrar- Voy a tener que apagar la música pero... ¿Ana? Allí no había nadie. -¡Dickhead! ¡¿Qué ha pasado con Ana?! -Nada, César. Hemos hablado un rato y después ha decidido marcharse mientras tú estabas en el pasillo parlamentando con el señor Gregorio. -¡Mierda! ¡Lo has vuelto a hacer! ¡Has asustado a otra! ¡Es la quinta vez que me lo haces desde que te compré! ¿Pero qué es lo que te pasa? ¡Qué es lo que les cuentas para que no quieran volver a saber de mí? Cuando el Doctor Escobar, Psiquiatra, recibió la llamada de un hombre que quería que psicoanalizase a una cabeza de robot que asustaba a todas sus novias, aceptó, aunque, claro, no se esperaba tratar realmente a la cabeza mecánica sino a la persona que estaba convencida de poseerla. Pero ya llevaba una hora y media hablando con la que, según decía, era la reproducción robótica de la cabeza del escritor Phillip K Dick. Pese a que nunca había tenido que hacer ningún tratamiento parecido, estaba bastante seguro de qué podía ser la causa de la actitud de la cabeza. -Señor, su robot se comporta de este modo debido a la frustración que le produce no tener cuerpo. La solución resultó ser más fácil de lo que parecía. César era escultor y, entre los diversos materiales que usaba para sus obras, había numerosos juguetes anticuados o rotos. Una muñeca que gateaba a la que le faltaba la cabeza fue lo mejor que tenía en su estudio en esos momentos. La cabeza la rodeó con los tentaculares cables que le salían del cuello (entre los cuales había USBs, cables de teléfono, enchufes y, según le contó la cabeza, diversos cables experimentales de interés científico o militar) hasta que tomó control del juguete: Ahora podía gatear tanto en línea recta como girar, gateando solo por un lado. Era muy poco, en realidad, y debía conectarse a la corriente con frecuencia para que el cuerpo no se le quedase sin pilas, pero fue una gran mejora en comparación con ser un adorno en una estantería. Durante unos días el pequeño bebé mecánico y barbudo curioseó por el piso en el que había pasado meses pero del que no conocía más que el comedor. Descubrió el baño, muy grande en proporción a la casa, el estudio de César, lleno de metales torcidos, sopletes, trozos de juguetes y maniquíes... La cocina le interesó muy poco, pues pese a que en los lejanos y nebulosos tiempos en que tenía cuerpo, podía comer, hacerlo no le servía para nada. El baño, en realidad, solo le atrajo por el espejo, igual que el dormitorio de César, en el que miraba su nuevo cuerpo continuamente. Del estudio, lo que más le gustó fue el ordenador, al que se conectaba con algunos de sus cables. César, que además de escultor profesional era profesor, estaba fuera de casa prácticamente todo el día, y siempre que volvía lo encontraba en internet ante el ordenador. -Ya que soy un robot -decía la cabeza- voy a aprender algo de robótica. César incluso siguió sus instrucciones para fabricar un rudimentario brazo robótico, hecho con diversas piezas destinadas previamente a acabar en alguna escultura. Ahora el bebé tenía una pinza articulada en un brazo primitivo que le salía de debajo del cuello. En realidad, si le ayudó fue por consejo del doctor Escobar, que había empezado a interesarse por la ciencia ficción desde la primera entrevista con la cabeza robótica (un tratamiento del que no había hablado a nadie por miedo a que sus colegas decidieran que el tratamiento que hacía falta iniciar fuese el suyo) y que creía que tener brazos podía ser muy bueno para el robot. Un día, al volver de dar clase a un grupo de adolescentes completamente insoportable, César encontró diversos paquetes de mensajería a su nombre justo delante de la puerta. Dentro había un viejo ordenador IBM y cables y componentes informáticos variados, además de una batería de litio. -¡Dickhead! ¡¿Qué significa esto?! La cabeza estaba conectada al ordenador, navegando. -Han llegado mis paquetes. -¿Tus paquetes? ¿Y por qué en la caja sale mi nombre? -Lo siento, César, en E-Bay piden una tarjeta de crédito y yo no tengo. -¡¿Te has atrevido a gastarte mi dinero para comprar toda esta basura?! -No, no... Antes de comprar nada... bueno... hice diversos ingresos en tu cuenta corriente. -¡¿Cómo?! -Estudiando tus esculturas, he hecho algunas imitaciones de tu estilo y las he vendido por internet. No fue hasta después de recibir el dinero que compré los componentes necesarios para mejorar este cuerpo rudimentario. -¿Has falsificado esculturas haciéndolas pasar por mías? ¡Unas esculturas de mala calidad pueden arruinar mi carrera de artista! Nunca podré pasar de ser un “escultor anónimo pero eficiente”-dijo recordando cómo había vaticinado su porvenir un viejo y odioso profesor de arte- ¡Enséñamelas! -De las que ya han comprado solo tengo fotos... Pero tengo una guardada que aún no he vendido. Se la mostró. Estaba realmente sorprendido: Había conseguido imitar su estilo bastante bien... Si todas las esculturas que había hecho eran como esa, no debía preocuparse por que su carrera acabase hundida en la miseria, aunque tampoco sirviesen para lanzarlo al estrellato. -Esta no la vendí porque, sólo con las otras, hasta me ha sobrado dinero después de comprar los componentes ... César quedó en silencio durante unos instantes -¿Quieres decir que he ganado dinero con tus esculturas? El ordenador y los demás componentes le sirvieron para añadir una gran cantidad de capacidad de computación a su nuevo cuerpo (necesaria para posteriores mejoras) y la batería para evitar tener que conectarse a la corriente cada veinte minutos y César le dio permiso para seguir esculpiendo en su nombre siempre que el cincuenta por ciento de las ganancias fuesen para él. En poco tiempo, la cabeza robot se fabricó unos brazos mucho más complejos y las piernas de un maniquí articulado rellenas de chips y motores varios mejoraron su movilidad y lo hicieron llegar al metro de estatura, dándole un nuevo ángulo, mucho más práctico. -César- le dijo una noche- comprobarás que he optimizado el lavavajillas cuando recibas las facturas: he ideado un sistema para adecuar el consumo de agua a la carga. -¿El lavavajillas?¿Qué sabes tú de arreglar lavavajillas? -Recuerdo al detalle cualquier texto que haya leído, así que aprendo a gran velocidad, y Internet está llena de guías para aprender a hacer las cosas más variadas; es más, he diseñado una forma muy económica de convertir la bañera en un jacuzzi. -¿Un jacuzzi, Dickhead? -César se peinó una ceja, pensativo- Cuando compruebe que el lavaplatos funciona como es debido, ya hablaremos sobre eso... Funcionó, y pronto César tenía en casa a un enano jorobado y robótico que cada día le informaba de un nuevo proyecto que empezaba o una mejora que ya estaba lista para usarse. El doctor Escobar, que había empezado a coquetear con la idea de hacer público el caso y pasar a la historia como el primer robopsicólogo del mundo, decía que desde que tenía cuerpo, la actitud de la cabeza de Dick había mejorado muchísimo, sintiéndose ya un individuo (Se había bautizado a sí mismo como Richard K Philips, un juego de palabras que entusiasmaba al doctor ya que, según él, indicaba su voluntad de ser individuo sin olvidarse de sus orígenes) y que la posibilidad de esculpir y hacer trabajos en casa le servían para sentirse realizado. Por César, genial, no solo iba engordando sin esfuerzo su cuenta bancaria sino que además su casa se volvía gradualmente en un piso lleno de lujos variados que, además, eran gratuitos (porque todo lo necesario para los arreglos salía de la parte de beneficios que el robot conseguía por cada escultura). El que el doctor notaba que no había mejorado era el humano... seguía teniendo una actitud muy hostil hacia Richard, que quizás se debía a una sensación de disgusto ante una cabeza decapitada con unas facciones tan parecidas a las propias. Pero prefería tratar al robot que al humano, al fin y al cabo ya había “homopsicologos” a patadas. -¡Dickhead! ¿Dónde estás? -Estoy instalando un dispensador de sales de baño en la bañera, César. -Vale, vale, tú a lo tuyo. Encendió el ordenador. Hoy también había escrito. Hacía unos días, César había descubierto que su robot estaba a punto de acabar una novela de ciencia ficción: “¿Dónde está la cabeza de Dick, doctor Hanson? Por Richard K. Philips”. Trataba de un investigador privado que viajaba a través del tiempo buscando la cabeza robótica de una influyente personalidad falsa básica para el equilibrio político en su época y de cómo este detective se enamoraba de una mujer prehistórica. La verdad es que era una historia algo paranoica pero... bueno, eso no le impedía estar decidido a publicarla bajo su nombre cuando el robot la hubiese acabado... Es decir, si el robot era suyo, cualquier cosa que éste hiciera era también suya... al fin y al cabo, la tostadora no podía tener ninguna propiedad, ni siquiera sobre las tostadas que hacía. ¿Por qué con un robot iba a ser distinto? Al salir del estudio se sentó en el sofá (que ahora daba masajes) y poco después el robot salió del lavabo. -El dispensador ya está listo. Para usarlo, hay que meterse en la bañera y, cuando uno quiera, pulsar el botón rojo que hay a la derecha. Todo es automático. La novela le había parecido acabada. Le daría un par de días al robot para las correcciones y después se la llevaría al amigo de un amigo, que era editor, y que ya estaba avisado. -¿Sabes qué, Dickhead? Lo probaré ahora mismo. Tú arregla la mierda de contestador que construiste el otro día, que no ha pasado ni media semana y ya está estropeado. -Sí, ahora mismo. Espero que el dispensador de sales funcione como debe. En la carpeta había más o menos un centenar de páginas, encabezadas por el título “¿Dónde está la cabeza de Dick, doctor Hanson?” y el autor, “César Arenas Fuente”. Diego Meandros, editor de la casa Dédalo, reconocida por su buena ciencia ficción y su fantasía de calidad, había quedado sorprendido por el texto no porque fuese una obra maestra sino porque, si lo que decía el autor, que estaba sentado delante de él, era verdad, se trataba de una novela sorprendentemente buena para ser su primera obra (aunque el parecido con la prosa de Philip K Dick delataba que aún no había desarrollado del todo un estilo propio.) -Con unas pocas correcciones, estamos dispuestos a publicar su novela... Aunque, como le he dicho, si se toma en serio lo de escribir, deberá buscarse un agente y... -Sí, no se preocupe por eso, seguiré todos sus consejos. -Bien, entonces.-el editor se levantó y le ofreció la mano- le llamaremos para hacer los tratos formalmente. Salude a Carlos –Que era el amigo en común entre los dos – y déle recuerdos de mi parte. Al volver a casa se quitó el viejo jersey de cuello alto y se dirigió hacia el estudio, a acabar su nueva escultura. El armazón de hierros retorcidos rodeaba una calavera humana, adecuadamente blanqueada, de la cual colgaban, desde las cuencas de los ojos y por la boca, múltiples cables de electrodomésticos variados. En la base, empezó a grabar el título de su obra en la placa afilada de metal reutilizado... antes había sido la guillotina de lo que llamó “dispensador de sales de baño”. La cabeza de Dick sonrió, pasándose la mano de su nuevo cuerpo orgánico por la cara, recientemente rasurada. DescargaEste es un cuento que puede causar pesadillas. Desde chile nos llega una terrorífica explicación sobre dónde puede aparecer la cabeza de Philip K. Dick
Autor: public_int -Servicio al cliente, buenos días- -Si... buenos días... tengo un problema con mi ordenador- -Me podría decir el nombre del propietario del servicio- -Sra. Alma Yisu… estaba en internet...- -Por favor no cuelgue Sra. Yisu- Después de algunos añejos éxitos musicales se escucho una voz al otro lado del auricular. -Servicio técnico- -Tengo un problema con mi ordenador-Dijo la Sra Yisu. -¿Podría ser más específica?- -No puedo hacer nada- -¿Desde cuando?- -Hace algunos momentos- -¿Que estaba haciendo? -Revisando mis correos- -¿Hizo algo fuera de lo normal? -No, solo leí uno que me advertía sobre un virus muy peligroso y como evitarlo, hice clic y ahora no puedo hacer nada- -Reinicie el equipo por favor- -Ya lo intente el mouse no responde- -Mantenga presionado el botón del de encendido del ordenador unos segundos, para que se apague- -No pasa nada- -... Enviaremos a un técnico a su domicilio lo antes posible- Varias horas después, un viejo camión se estaciona junto a la casa, un hombre delgado se baja. La mujer lo esperaba en la puerta. -¿Señora Alma Yisu? Me informaron que tenía un problema con su ordenador. -Se ha demorado bastante... ya es medio día- -Se que es medio día-suspiró, agregando en voz baja- es mi hora de almuerzo- La mujer lo condujo por el pasillo de la casa hacia una habitación donde estaba el ordenador. -Ahí esta, todo suyo ¿será algo grave?- -Tengo que revisar, ¿hacia algo fuera de lo común?- En el monitor, solo estaba el navegador abierto en la página del servicio de correo. -Estaba revisando mi correo como todas las mañanas, había un mail que advertía sobre un virus, hice clic ahí... -dijo apuntando hacia un link en la pantalla, se leía: http://whereisdickshead.blogspot.com/2006/00101001010...... -¿Reinicio el equipo? -Ya me dijeron eso por teléfono, no funciono, y lo de mantener presionado el botón. -Uhmm... ¿Ha intentado desconectar el equipo?- -¿No es peligroso?- El técnico busco entre los cables y desconecto el de poder. -No paso nada-dijo la Sra. Yisu. -¿Como? La pantalla seguía mostrando lo mismo, el ventilador aun sonaba levemente, puso su cabeza junto al computador para oír mejor. -Señora esto esta caliente-dijo alarmado-voy a tener que abrirlo. -¿Pero que va a pasar con mi garantía? -Ud. decide ¿quiere que lo repare?- -Pero hágalo rápido- Salio hacia el camión, sin apuro, al volver traía algunos atornilladores. Quito el panel lateral, -Supongo que eso no debería estar ahí-Dijo la señora Yisu. En del interior asomaba una cabeza barbuda un poco derretida -Supongo que no- -¿No debería sacarla?- -Pero...- -Si realmente sabe repararlo, apresúrese- El técnico tomo la cabeza tímidamente de donde pudo y jalo, sin el menor resultado. -Déjeme ayudarle ¡Con fuerza!- Ambos tiraron, no pudiendo moverla, solo lograron hacerle algunas marcas donde habían puestos sus dedos. -¿Que es ese olor?- dijo la Sra. Yisu sin poder disimular una arcada-¿Azufre o...? En las marcas aparecieron pequeñas pústulas, que aumentaban de tamaño, algunas estallaban emanando un gas amarillento. -Oiga esta cosa se a quejado- -No se preocupe señora solo... -¡Esta goteando!-grito la mujer- va a manchar toda la alfombra- Su rostro se ponía cada ves mas rojo-¡fuera! Era mas pesado de lo que parecía, con esfuerzo fue capaz de levantarlo y sacarlo fuera de la casa, junto al camión, el olor se hacia mas fuerte. La cabeza perdía forma, el movimiento había iniciado un proceso de cambio, las pústulas ahora parecían dedos, extremidades se formaban en los costados, lo que había sido el rostro de un viejo barbudo ahora era una masa de cabezas emergentes que sobrepasaba el tamaño del ordenador, incluso parecía emitir latidos y quejidos, sin mencionar el asco que provocaba en la Sra Yisu, ella solo era capas de mirar desde la puerta. -Tráigalo cuando este funcionando como antes-Le dijo al técnico. Él sin tomarle mucha atención, le dio la espalda y marco en su teléfono móvil, sabia que la vieja escucharía todo, pero en estas circunstancias le daba lo mismo. -¿Central? tengo problemas con una descarga- La Sra Yisu intentaba escuchar que decían del otro lado de la línea, pero solo oía mormullos mezclados con el gorgoteo producido por la masa de cabezas, brazos y piernas que había sido un ordenador. -Si… una descarga no autorizada-Continuo el técnico-No me salgas con el rollo de las dimensiones enrolladas, necesito una solución rápida... estoy en mi hora de almuerzo... ¿Que? no pretenderás que rompa una p-brana aquí... es fácil para ti decirlo que estas en la central... ¡tendría que descargar el equipo del camión! y me llevaría horas ensamblarlo... -Apague esa cosa-gritaba la mujer, mientras se persignaba, intentando protegerse de las grotescas blasfemias cada vez más entendibles entre las lenguas guturales, chillidos y risotadas. -Solo se esta quejando de haber cobrado conciencia-le dijo por reflejo el técnico. -Se arrastra, se arrastra... se lleva mi ordenador -decía agitado los brazos la señora Yisu- deténgalo... todavía no termino de pagarlo- Al pasar junto a él la cosa tuvo unos rápidos espasmos se apoyo en sus ya muchas extremidades y corrió como lo haría una gacela o un pulpo (si este pudiera correr), al alejarse entre brincos algunas de sus extremidades explotaban, esparciendo esporas y fragmentos palpitantes. No valía la pena seguirla, con algunos de esos saltos la distancia que abarcada era demasiada, y los gritos de la vieja ya eran solo incoherencias. -operadora cambio de planes, la descarga ha huido y me lleva varios metros de ventaja, envíen a un equipo de búsqueda y recuperación-miro los aleteos de la vieja y agrego- y algunos especialistas para la señora Yisu. GlamourMás cuentos. Una semana (o más) de haber recibido este cuento recién lo publicamos. Que increibles, divertidas y amargas historias nos está contando la cabeza de Dick.
Autor: Ojancano Richard Gere no se sentía feliz en aquel momento. En realidad, casi nunca se sentía feliz, salvo en alguna noche de borrachera especialmente gloriosa que le permitiese pasar por alto su amargura, profundamente arraigada, y mecerse, aunque solo fuese durante algunas horas, en los dulces vapores del alcohol barato con el que fustigaba su hígado. Todo en su vida le parecía mediocre: su aspecto larguirucho y desgarbado, con unos brazos inusitadamente largos, de fláccido aspecto, que le conferían un aire entre simiesco y enfermizo. Su rostro granujiento y de pesados párpados que simplemente servía para subrayar sus carencias estéticas; y, en general, toda circunstancia que le rodeara quedaba investida del mismo prisma de vulgaridad, acerada, maciza e insufrible. Las mismas consideraciones eran plenamente efectivas para todas y cada una de las circunstancias vitales de Richard. La sensación global que le producía esta impresión no era tanto de dolor o vergüenza como de hastío. Hastío puro, genuino y sin paliativos. Esta opinión tan poco favorable tenía eco en prácticamente todos aquellos que trataban con él; aunque su máximo valedor era el mismo Richard. Este se despreciaba a sí mismo inconscientemente en mucha mayor medida de lo que cualquier otra persona pudiese llegar a hacer. Además, quizá de forma no totalmente involuntaria, había abrigado su mediocre persona con un entorno gris y desangelado, que no le permitiera olvidar, ni aunque fuese durante un momento, lo lamentable de su persona; también, era esta una eficaz táctica a la hora de transmitir al exterior la pobre opinión que se otorgaba a sí mismo, y así perpetuar y reforzar su fama de hombre realmente poco interesante. Vivía en un sórdido apartamento, que no disponía de baño propio (este había de compartirse con una docena de convecinos con hábitos higiénicos discutibles), y con una pequeñez solo aderezada por un color de pared sin definir, que parecía concebido para abarcar, de la manera más eficiente posible, todo el espectro cromático existente entre el vómito fresco y el contenido añejo del cenicero de un fumador empedernido, y amenizado por el constante ruido exterior que dominaba aquella zona de la ciudad a cualquier hora del día o de la noche. Para poner el colofón adecuado a este escenario tan cuidadamente dispuesto, esta fachada que era su tarjeta de presentación para el mundo; estaba el hecho de haber escogido desempeñar un trabajo anodino y rutinario; tan carente de atractivo como el resto de la personalidad de nuestro hombre: era maletero en el aeropuerto de Montgomery. La historia de como Richard Gere había conseguido un puesto tan acorde con su perfil reviste tan poco interés como todo lo narrado de él hasta ahora: vio un anuncio de trabajo en un periódico local. Se trataba de uno de esos textos abigarrados y de aspecto hostil que se encuentran camuflados en una página absolutamente abarrotada de otros textos totalmente iguales; que parecen concebidos para ahuyentar al lector más que para atraerle. La cadena de pensamiento que el agrio párrafo en deshilachada tipografía negrita: "Aeropuerto Internacional de Montgomery. Se necesita mozo maletero para cubrir turno de noche. No se requiere formación específica." desencadenó en su mente, fue algo parecido a la siguiente: "Parece un trabajo sin problemas. No me complicará la vida. Además en el turno de noche casi nunca habrá nada que hacer...". Cuando se presentó al proceso de selección de personal, apenas tuvo la competencia de otro par de aspirantes. Richard consiguió el trabajo gracias al orden alfabético: los otros dos aspirantes se apellidaban respectivamente Weber y Sánchez; y la elección de maletero no requería de mayores refinamientos. Probablemente, si hubiese habido un mínimo nivel de exigencia, no habría conseguido el empleo. Alabama no ha sido nunca lo que podríamos llamar el centro del mundo. Se trata de un lugar donde la vida transcurre lentamente, casi con desgana, y donde no suelen ocurrir demasiadas cosas fuera de lo común. El aeropuerto de la ciudad era fiel reflejo de esta gris cadencia, ofreciendo un día a día monótono; muy al gusto de los deseos de apología de la mediocridad de Richard. Su vida, aunque hueca, podría haber podido resultar más que soportable para alguien con tan escasas aspiraciones vitales; pero el hecho de tener el nombre que tenía le mortificaba más allá de toda descripción. Richard Gere; el nombre lo compartía con una celebridad cinematográfica que había brillado con esplendor medio siglo antes. Contrariamente a lo que había sucedido con otros astros del cine, que habían sido conducidos al olvido por las modernas técnicas de proyección holográfica y los actores virtuales generados sintéticamente, el recuerdo del difunto Mr. Gere persistía empecinadamente en las mentes del pueblo como paradigma del glamour del perfecto galán. Nunca faltaban los comentarios al respecto de la coincidencia cuando la gente conocía su nombre; tampoco faltaban las jocosas medias sonrisas ante el desafortunado resultado de la inevitable comparación. Era en estos momentos cuando el indolente maletero cobraba conciencia de su mezquindad. Esta percepción le deslumbraba, ineludible e imparable, con bordes duros y cortantes. Le llenaba inmisericorde de una comprensión que no había pedido y que, por supuesto, aborrecía, que lastimaba sin miramientos el confortable nicho que su personalidad apocada se había afanado en construir durante toda su vida. Era un conocimiento que no le impelía a hacer cambios; -ni tan siquiera la obvia posibilidad de cambiarse el nombre se le había pasado por la cabeza- sino que simplemente le producía infelicidad. Esta infelicidad sorda y callada agriaba aun más su carácter, provocando un círculo vicioso en el que se ensanchaban las fronteras de su nulo atractivo, haciendo que el ocurrente portador del infausto comentario lo encontrase más gracioso y chocante aún. El curso de las cosas no tenía por que cambiar. Nadie, y Richard Gere menos aún, podría tener interés alguno en alterar un curso vital que estaba tan firmemente trazado; y probablemente, no lo hubiera hecho; y hubiera muerto siendo un anciano cargador de maletas jubilado, llorado por nadie y olvidado por todos, de no haber hecho aquel extraño hallazgo. En aquella época, varios de los empleados del Aeropuerto Internacional de Montgomery disfrutaban de un período de vacaciones con las bendiciones de la empresa, pues en aquellos días, el tráfico aéreo no era demasiado abundante (eso cambiaría en poco tiempo, con las vacaciones de Navidad) y podían echar mano del personal que permanecía en sus puestos para suplir la ausencia de los demás. El contratar temporalmente trabajadores suplentes no era una práctica que estuviese muy bien vista por los gestores del aeropuerto. Esta era la causa por la que el señor Gere, obrero especializado en la carga/reubicación de equipajes, se encontrase en la zona de pasajeros de aquel avión con una bayeta húmeda en una mano y, en la otra, con un pulverizador lleno de un líquido de color azul luminoso, con un insano aspecto radiactivo y un olor que parecía asegurar, sin lugar a dudas, que era capaz de eliminar cualquier mancha o elemento medianamente biológico sobre la que lo empleasen. Richard rumiaba sus grises y amorfos pensamientos mientras frotaba diligentemente el trapo sobre las superficies de piel artificial de los gastados asientos del área de la clase turista, que se hallaban adornados por un variopinto surtido de restos (al parecer alimentarios) que daban fe de un rango de usuarios indudablemente multicultural pero curiosamente aficionado a la comida con colores exóticos. El aburrimiento no era una posibilidad tratándose de Richard Gere. Simplemente se dejaba llevar por sus confusas divagaciones de una forma tal, que perdía incluso la noción del tiempo. Mientras que la mayoría de sus compañeros se hubieran evadido del olor a humanidad encerrada que reinaba en el interior del aparato viajando con la mente a sitios tan lejanos de su experiencia como el Condado de Orange (destino de aquel aparato en concreto), en la legendaria California, donde se encontraban los estudios que creaban las proyecciones holográficas y la mayoría de las compañías dedicadas a la robótica. Sin embargo, Gere se dejaba caer en una especie de estupefacción neblinosa que no le permitía ni la más leve de las ensoñaciones. Mientras se ocupaba de la más lujosa primera clase, encontró una bolsa de deporte olvidada en el compartimiento superior. Este tipo de situaciones solía ser bastante habitual, y tanto él como varios de sus compañeros solían obtener un sobresueldo de objetos valiosos que jamás volvían a sus dueños legítimos. Entre los empleados del aeropuerto existía un dicho: “si se devuelve es que es una mierda”. Obviamente, no era ninguna perla literaria (tampoco las luces del pensamiento eran allí lo más abundante), pero expresaba exactamente a lo que se refería. Con la curiosidad ahora levemente en guardia, Richard sacó con cuidado la mochila del estante, comprobando con placer que tenía un peso considerable. Tal vez se tratase de uno de esos nuevos proyectores holográficos domésticos. Si así era, desde luego que el marrón de tener que hacer de mujer de la limpieza le iba a salir rentable. Comprobando antes que seguía solo allí, escondió el bolso en el carro donde transportaba los elementos de limpieza. No quería arriesgarse a que algún supervisor le viese con aquello, por lo que decidió que examinaría su botín por la noche, al llegar a casa. Durante el resto de la jornada, Richard apenas sí dedicó algún pensamiento leve a su hallazgo, así que tampoco sintió la mordedura de la curiosidad o de la impaciencia. Ya de noche, en el anodino tugurio que llamaba hogar, se dispuso a ver que era exactamente lo que había encontrado. Tras ponerse el raído pijama que solía utilizar y cambiar las deportivas por unas deformadas zapatillas de felpa de color incierto y aspecto cómodo, despejó parcialmente la atestada mesa de té que adornaba el salón, y situó la bolsa sobre ella. El primer pensamiento que acudió a su mente tras abrir la cremallera y ver que fuese lo que fuese que había dentro estaba cubierto de pelo blanco, fue el de que aquello no era ningún proyector holográfico, y que tal vez, no podría sacar ni un solo centavo de todo aquello. Sin embargo, cuando por fin pudo ver de que se trataba exactamente, no pudo reprimir un gemido ahogado de puro asombro: se trataba de una cabeza humana. Una cabeza de un hombre maduro, tal vez de unos sesenta años, con barba y cabellos blancos y una plácida expresión en el rostro; parecía como si estuviese dormido. El aspecto de todo: la bolsa y la cabeza, era demasiado pulcro como para que se le pasase por la imaginación la idea de que pudiera hallarse en presencia de un cadáver, pero no sabía que pensar hasta que vio los finos cables de multicolor fibra óptica que sobresalían de la parte inferior del cuello. En ese momento, su memoria se iluminó. Recordó algo que había oído sobre un tipo que se estaba haciendo rico con las cabezas robot que había inventado. Primeramente había fabricado la cabeza de aquel tipo que inventó la bomba atómica. No podía acordarse del nombre; era alemán, ruso, o algo así; aunque si recordaba perfectamente la estrafalaria melena blanca despeinada que lucía. Por lo visto, aquella cabeza era tan lista como el tipo original y se podía mantener cualquier clase de conversación con aquella máquina de la misma manera de que si fuese una persona viva. ¡Hanson! Así se llamaba aquel tipo; el creador de las cabezas: Doctor Hanson. ¡Pues sí que era una buena casualidad que hubiese caído en sus manos uno de aquellos juguetitos que tanta fama tenían! Además, aquella debía de ser algo nuevo; Richard se acordaba de la alborotada melena de aquella otra cabeza mecánica, era como un puñado de alambres enhiestos. Sin embargo, esta presentaba un corte de pelo más dentro de lo que podríamos considerar normal. La expresión de aquel rostro, que mostraba la placidez de quien se halla en el regazo de un profundo sueño, resultaba indistinguible de una auténtica cara humana. Todo: poros, vello, arrugas, marcas de expresión, estaba perfectamente recreado. La sensación de que se trataba de un ser humano solo se desvanecía por el hecho de que aquella cabeza, en vez de estar unida a un cuerpo, lo estaba a un puñado de cables. Tras varios minutos de examinar de cerca aquel objeto singular, el maletero dio en preguntarse si aquello funcionaría de la misma manera en que había visto que la otra, la del peinado alborotado, lo hacía aquella vez en la holovisión, o simplemente se trataba de un busto, sin otro objetivo que su asombrosa apariencia de vida. Examinando el cableado que surgía del cuello de la cosa, encontró una diminuta lámina de color gris acero que contenía una media decena de microinterruptores de plástico negro. No pudiendo encontrar ningún otro elemento que pudiera manipular, decidió probar suerte con estos controles. No hubo de esperar demasiado; al cambiar de posición el primero por la derecha, un apagado zumbido surgió de algún punto dentro de la cabeza, intensificándose paulatinamente a medida que las plácidas facciones dormidas se tensaban casi imperceptiblemente. Gere se retiró un par de pasos, sin apartar la vista de aquella cara que parecía presta a despertar. Tras unos momentos, los párpados bajo las cejas grises se elevaron, revelando unos oscuros ojos cuya expresión penetrante y llena de inteligencia apenas se veía ligeramente empañada por una momentánea desorientación. Richard retuvo la respiración sin darse cuenta. Después de unos instantes, en los que pareció escrutar el lugar donde se hallaba, los vivaces ojos de la máquina se posaron sobre la anodina figura de quien le había despertado de su sueño plagado de ovejas eléctricas. Durante un tenso lapso de incómodo escrutinio, el joven no supo realmente que esperar, de hecho no supo por que demonios había tenido que traer aquel cacharro a su casa en vez de venderlo en alguna de las muchas casas de empeño que conocía, donde nunca hacían demasiadas preguntas y siempre se pagaba en efectivo; y por qué demonios había tenido que ponerlo en marcha. Si aquella maldita cosa se ponía a chillar, o explotaba prendiéndole fuego a la casa… Sin embargo, no sucedió nada tan espectacular como eso. Simplemente, como si se tratase de una visita social, la cabeza saludó con una voz profunda y cálida, que para nada parecía surgir de un aparato electrónico. -Hola.- si hubiese habido un cuerpo de por medio, Richard estaba convencido de que le habría ofrecido una cortés reverencia. -H…Hola. –Contestó a su vez un cada vez más inseguro maletero. Si algo era seguro, es que no se sentía preparado para aquello. La testa cibernética giró sus ojos a uno y otro lado, haciendo un pormenorizado escrutinio de la habitación donde se encontraba. -Mi nombre es Philip. Philip Dick. – Cómo si no fuese evidente, se apresuró a añadir: -Aunque no soy yo en realidad, sino simplemente una simulación del Philip real. -Ya… mi nombre es Richard. Richard Gere. –Su tono titubeante y la expresión huidiza, propia de alguien que esta pisando una capa de hielo extremadamente fina y sabe que va a caer al agua en cualquier momento, contrastaba notablemente con el aparente aplomo y dominio de la situación de la cabeza computerizada. Los ojos del escritor sintético quedaron fijos en un punto indefinido durante unos momentos, dotándole de un aire de profunda concentración. ¡Ah, cómo el famoso actor del siglo XX!. – Enunció, al parecer satisfecho de su sagacidad.- ¿He de entender entonces que tú también eres una réplica? El atribulado maletero, al inferir, plasmadas en el reverso de unas palabras tan concisas y desprovistas de doble sentido, las burlas y comentarios capciosos que llevaba soportando casi toda su vida, no pudo evitar un acceso de furia y una infrecuente punzada de orgullo. -¡Es solo una coincidencia en el nombre! –Rebatió con una energía exagerada.- ¡no tenemos nada que ver! La máquina insistió, con infantil empecinamiento: -Si la clave de identificación es igual, hemos de hallarnos ante dos versiones del mismo ente. -¿No te das cuenta de que simplemente llevamos el mismo nombre y nada más? -Eso es incongruente. Supongo que ha de haber más convergencias. –rebatió impertérrita. -¡No. No hay incongruencias!. Las diferencias son evidentes. Las cejas de Dick se enarcaron en muda pregunta, y Gere se aprestó a ofrecer una explicación que acallara de una vez las impertinencias de aquel decapitado robótico. -Tu eres una máquina. Tal vez, para ti, las cosas sean como dices. Sin embargo, para los humanos, hay que profundizar más. Un nombre no tiene importancia. –según hablaba, Richard se sentía cada vez más a gusto en su parlamento, y una voz en su interior le preguntó por qué no había respondido, como lo estaba haciendo, a todos aquellos a quienes tanta gracia parecía hacerles su nombre.- Hay actos, gustos, personalidad, ideas. Por ejemplo: Richard Gere era un actor, pero también soy yo. Aquel fue famoso, millonario y adorado por las mujeres, famoso por su estilo y belleza personales…. Paulatinamente, un pesado silencio se fue cerniendo sobre la habitación. La máquina, que había guardado un respetuoso silencio durante toda la exposición, pareció un tanto perpleja ante aquella extraña pausa. Por fin, se aventuró a preguntar a aquel desmañado joven, cuya mirada perdida daba la impresión de que se hallaba en un repentino estupor. -¿Cuál es la diferencia?. –La cortés cadencia de la bonita voz electrónica denotaba un genuino interés. Poco a poco, la desvaída mirada del muchacho comenzó a recuperar los tintes de la conciencia de nuevo, centrándose en los brillantes ojos artificiales de su interlocutor. Aeropuerto de Montgomery. Al día siguiente -¡Estoy hasta los huevos! ¿Lo puedes creer? ¡Sin comerlo ni beberlo, me encuentro con que tengo que doblar turno esta noche! ¡Es increíble! -¡Ah! ¿No te has enterado? -¿De qué me tengo que enterar? ¿De que soy el mayor pringado de Alabama? -¡No, joder! El tío que viene por las noches, al que tienes que cubrir, ese que se llama como un actor antiguo… -¡Sí, sí, ya sé quien dices! ¿Qué pasa? Se ha cogido una cogorza y tiene que dormir la mona, ¿o qué? -¡Que va! Por lo visto, anoche, rompió una botella de vodka y se ha rebanado el pescuezo. -¡Vaya, un tipo con iniciativa! FIN |
Este es el original concurso
que imagina la posible localización e historia de la cabeza robótica de
Philip K. Dick perdida en un vuelo entre Las Vegas y San Fancisco.
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