El Forastero y Geometría Caníbal presentan:

Un maravilloso y extraordinario concurso de narrativa fantástica:

¿Dónde está la cabeza de Dick, Doctor Hanson?.

Inspirado en los sorprendentes y metamórficos sucesos reales ocurridos a dicho especialista y que han dado la vuelta al mundo recientemente -o por lo menos a la Internet.






¿Dónde está la cabeza de Dick, Doctor Hanson?

Encontrado en Nevada

¿Alguien lo ha seguido? ¿Está seguro?. Bien. Aquí tiene un nuevo cuento en el concurso ¿Dónde está la cabeza de Dick, Doctor Hanson?. Intriga, misterio, quizás alguna respuesta a las grandes preguntas de la vida. Todo aquí, todo a continuación. ¿Ha visto usted la cabeza de Dick?. Si lo ha hecho no se quede sin participar.



Autor: Spelux

0.
En abril de 1964, un niño y sus padres esperaban en un embarcadero de Oakland, California, el trasbordador a San Francisco. El niño, que andaba en los cuatro años, reparó en un hombre sucio y mal vestido, con barba de días que esperaba de pie con una lata en la mano. El chico le pidió cinco centavos a su padre, se acercó al mendigo y le entregó la moneda. El hombre, en voz extraordinariamente efusiva, le dio las gracias y le puso en la mano una hoja de papel, que el niño llevó a su padre para enterarse de lo que era.
- Habla de Dios – dijo su padre.
El niño ignoraba que el mendigo no era en realidad un mendigo, sino un escritor de ciencia ficción llamado Phil Dick que viajaba por el tiempo para examinar a las personas.
Con el paso de los años, el niño se hizo hombre. En el 2004 ese hombre se vio enfrentando terribles apuros. De ningún modo podría liberarse de ello. Aún no lo sabía, pero en aquel momento, aquel viajero ya hacía buen tiempo que había regresado a la Tierra y lo había usado a él como pieza clave para su regreso. Hacía mucho que se había olvidado de aquel mendigo en Oakland y de los 5 centavos que le diera.
Este hombre es el Dr. Hanson y acto seguido me referiré a tales cuestiones.


1
Hanson dejó la cabeza en el compartimiento de equipaje de mano del avión y eso es todo lo que sabe. Finito.
La cabeza no está en el aeropuerto de las Vegas, ni en el de San Francisco, ni en la repisa de ninguna compañía de Alabama que compra a las aerolíneas objetos abandonados.
En este momento igual podría estar en China o en órbita alrededor de la luna.
Los oficiales de America West le dijeron que habían buscado en todas partes, que habían contratado a un clarividente del FBI y que habían hecho todo lo humanamente posible para localizar aquella bolsa con la cabeza. Incluso le propusieron a Hanson patrocinarlo para la fabricación de una nueva. Pero ponían condiciones:
-Opinamos que si la cabeza es un robot, la nueva debería tener el rostro de Isaac Asimov. ¿No cree? Al fin y al cabo él inventó las tres leyes de la robótica.
Después de eso, Hanson se deprimió tanto que se dio cuenta de que ya nunca más volvería a fabricar ninguna otra.
La cabeza servomecánica de Phil Dick era única y ahora se había perdido para siempre. Por su culpa.
Hanson estaba destrozado.


2
-Quieren la cabeza de Michael Jackson – dijo Olney tras la línea y esperó paciente la respuesta de Hanson.
Nada.
-Están ofreciendo mucho por ella. Más si los sevomotores hacen que el rostro pueda transformarse automáticamente
-¿Transformarse?
-Si. Ya vez… pasar por todas las cirugías faciales que se ha hecho.
Hanson permaneció otro momento en silencio pero no hizo esperar mucho a Olney.
-Pues… hazla.
-Bien. ¿Cuándo regresarás?
-No. No quiero regresar. No por el momento.
-¿Y como se supone que lo haré yo solo? El experto en robótica eres tú.
-No me siento bien.
Con ese era ya el cuarto mes que no se sentía bien. Hanson había volado hasta las Vegas en un vano esfuerzo de recuperar la cabeza de Dick pero era ya un hecho que no había ninguna esperanza. Desde entonces se la había pasado prácticamente enclaustrado en su hotel.
-No puedes estar deprimido toda la vida – dijo Olney.
-Creo que ya hemos hablado de esto antes.
-Mira. Por favor. Piénsalo. Te hablaré más tarde ¿de acuerdo?
Hanson asintió y colgó el teléfono. Su diseñador de software en Hanson Robotics tenía razón. No podía permanecer así siempre.
Decidió que mañana mismo se largaría de ahí. Pagaría la cuenta y se iría. Lejos. No. No lejos. A su casa, a su empresa. ¡Dios mío, todo por una cabeza de robot! Resultaba hasta ridículo.
Hanson comenzó a llorar.

3.
Cuando Hanson volvió a toparse con la cabeza servomecánica de Dick, ya era demasiado tarde para cerciorarse de que lo que había visto no era una ilusión.
Solo, en la sala de espera del aeropuerto de las Vegas, Hanson compró una postal. La tomó, casi al azar, de un exhibidor de metal colgado en la pared de un puesto de revistas y escribió en la parte trasera un mensaje para su madre. Puso el nombre de ésta, la dirección de la casa y colocó una estampilla que le vendieron en el mismo lugar.
Era extraño. Nunca le había mandado una postal a nadie. Ni siquiera a su madre. Se acercó al buzón de envíos que parecía casi un primo de los Daleks y cuando se encontraba arrojando la tarjeta hacia el interior sus ojos pudieron percibir, por un segundo, la fotografía de un paisaje desértico de Nevada, y ahí, en el suelo, la servocabeza de Dick, arrumbada entre unos arbustos, pero tan clara y definida como un logotipo.
¡Lástima!. La tarjeta se deslizó de sus dedos al interior del buzón, perdiéndose ahí como si se tratara de un agujero negro.
A Hanson le dio un vuelco el corazón. Corrió hacia el puesto y se dio cuenta de que la que había comprado era la única postal de su tipo. Por supuesto, tampoco hicieron caso a sus ruegos de abrir el buzón. No se podía. Era delito federal.
Fue pues ahí, en el aeropuerto, donde Hanson tuvo su primera crisis nerviosa.
Por supuesto, en su futuro se vislumbraban muchas más.

4.
Primero fue en la postal que perdió casi de inmediato y que nunca llegó a su destino. Después, en un anuncio espectacular en el freeway de los Ángeles, donde, gracias al tráfico, no pudo detenerse; de adorno en el set de un programa de concursos al cual nunca pudo comunicarse; en la portada de un cd edición especial de música country que se agotó antes de que pudiera obtenerlo; en la playera de un chico que se perdió entre la multitud de la ciudad. En todos ellos vio la cabeza de Dick.
Después de todo esto y más, Hanson llegó a la conclusión de que debía estar sufriendo una especie de esquizofrenia. Extrañamente, ese pensamiento lo tranquilizó y comenzó a pasar por alto cada experiencia que tuviera relación con la cabeza servomecánica. Era eso o permitir que aquellas experiencias lo volvieran irremediablemente loco.
Así fue hasta el día en que llego Olney con aquella fotografía. La colocó sobre su escritorio y espero a que la viera. La foto mostraba una serie de siete cabezas de Phil Dick en un mercado de México.
Cuando Hanson la vio, quedó helado. Ni siquiera podía respirar. Permaneció engarrotado, como piedra.
-Pues ya vemos donde ha estado todo este tiempo la cabeza de Dick – dijo Olney.
En cuanto dijo eso, Hanson se volvió hacia él. ¡Olney también podía verlo!
-No entiendo – murmuró. Debía estar seguro que no era otra fase más de su esquizofrenia nerviosa.
-Los chinos. ¡Los malditos chinos la tenían y ahora sacan copias piratas a bajo costo que venden por todo el mierdero mundo! ¡Vamos a demandar a esos cabrones!
Olney estaba verdaderamente frenético.
-Pero…¿estás seguro que son realmente cabezas de Dick? ¿Como la nuestra?
-¿Qué no estas viendo? ¿ O te refieres a cabezas del “otro” tipo de Dick?
Aquella foto era verdad. No era ninguna alucinación.
Un inconsciente suspiro de alivió partió de Hanson. Sintió que el peso del mundo abandonaba en ese momento el nido que había hecho en sus hombros. No estaba loco. Al menos no en aquel momento.
-De cualquier forma – dijo –, no es posible que los chinos hayan hecho una réplica exacta. No tienen la tecnología y si la tienen, es demasiado cara como para vender copias pirata.
Olney no dijo nada. Se levantó y se fue. Estaba furioso.
Hanson, por su parte, se sentía ahora liberado.

5.
La réplica era exacta.
Hanson desarmó una de las cabezas en su cuarto de hotel en Guadalajara, en México, y sí - aunque efectivamente, los materiales eran de inferior calidad, todo estaba ahí dentro. Pieza por pieza.
-Son chinos. Ellos pueden construirlo todo -dijo la otra cabeza de Dick que se encontraba acomodada sobre la cama.
Hanson sintió que algo frío recorría su espalda, haciendo que sus cabellos se erizaran. Con la velocidad de un resorte, se volvió hacia el lugar de donde venía la voz.
La cabeza de Dick aún permanecía dentro de la bolsa de plástico que la vendedora mexicana le había dado para que cargara con su mercancía.
Cada cabeza le había costado 350 pesos mexicanos. Unos 28 dólares. Ambas decían en la base del cuello: Made in Taiwan.
Y ahora una de ellas le hablaba.
Increíble. Los chinos habían logrado duplicar también la inteligencia artificial.
-Tengo un mensaje para usted – dijo la cabeza –. Si tan sólo hiciera el favor de sacarme de aquí…
Hanson se acerco con cautela a la bolsa, y tomando por los cabellos a la cabeza de Dick, la elevó como si de Medusa se tratara. Ambos, cabeza y doctor, quedaron frente a frente.
-¿De quién es el mensaje? – preguntó Hanson.
-Mío – la cabeza sonrió.
Hanson colocó la cabeza en la mesita del cuarto donde había desmontado a la primera y tomó asiento frente a ella
-¿Cómo lograron copiarte a tan bajo precio? – preguntó intempestivamente el doctor.
-¿El precio es lo que le importa? Dios mío. ¡Todos son tan materialistas! Por eso elegí venir así, como producto. Era la única forma de filtrarme. Atacamos al enemigo usando sus mismas armas.
-¿Qué quieres decir?
-Antes que nada, el mensaje. Y el mensaje es: Siento haberle hecho padecer todos estos problemas desde el principio. La desesperación, las depresiones, la obsesión por la robótica… pero créame, era necesario. Mucho. De otra manera, no habría podido cumplir con la misión que me han encomendado.
-¿Encomendado…Quiénes? ¿Los chinos? ¿Eres un aparato espía de alguna clase?
-Algo así. Pero los chinos no tienen nada que ver.
-De cualquier forma, me deslindo de cualquier responsabilidad con respecto a un aparato de espionaje. Yo no te elaboré para eso.
-Demasiado tarde. Es mi triste deber anunciarle que, de hecho, ya lo están buscando. Y esto apenas comienza.
-¿Buscarme? ¿A mí? ¡Yo no he hecho nada!
-Sí que ha hecho. Me ha construido. ¿Recuerda el avión? Pues le tengo noticias. Nadie de aquel avión llegó a San Francisco en directo. Durmieron con gas a toda la tripulación y bajaron el aeroplano en una zona militar de Nevada. Me estaban buscando, pero para su desgracia yo ya no estaba ahí. Ah, y le daré un dato curioso: modificaron los relojes de todos los pasajeros para no crear sospechas.
Hanson no podía creer todo aquello. Aunque de hecho no era raro. El software de personalidad del robot estaba fielmente basado en la personalidad paranoica y esquizofrénica del autor de ciencia ficción en que se inspiraba. Todo aquello era pura imaginación. Fantasía total. Pero… ¿cómo sabia lo del avión? Y lo de sus depresiones. Y la angustia.
-No vivimos en el 2004 – continuó la cabeza –; realmente es el año 50 después de Cristo y todo esto es una realidad simulada. Todos estamos atrapados en una red de mentiras y engaños. Todo el universo lo es porque es un universo defectuoso que niega a Dios. Pero Él prometió volver. Yo lo estoy ayudando. Soy parte de un plan que busca arreglar este universo, arrebatarlo al Anticristo y traer la salvación.
Hanson quiso decir algo pero la cabeza no lo dejó:
-Hace años, un niño le dio 5 centavos a un mendigo muerto de hambre en un embarcadero de Oakland. Se los había pedido a su padre para dárselos ha este hombre porque el niño tuvo compasión. El hombre era yo y usted era aquel niño. Por ese acto lo seleccioné. Desde entonces hemos trabajado juntos, aunque tengo que admitir que usted nunca lo supo y no muchas veces le dejé elección. Ahora las cosas han cambiado. Ellos ya saben que hemos vuelto y que pronto inundaremos el mercado con más y más productos. Primero serán cabezas robóticas de moda. Camisas. Fijadores para pelo. Programas de concurso en la televisión. Ellos también brincaron cuando vieron que los chinos hacían estas cabezas porque ya se están imaginando por donde nos verán llegar. La economía de mercado que tanto ha despersonalizado y esclavizado a la civilización occidental esta por caer y la utilizaremos para nuestros fines. Pero ahora, ya le digo, todo ha cambiado. Saben quién es usted. Saben que acabaré por contactarlo. Yo le pido, Dr. Hanson, que me ayude.
Hanson estaba sorprendido. Los chinos habían copiado el software de personalidad de una forma magistral. De hecho lo habían mejorado. No en balde eran un pueblo con miles de años de cultura inigualable.
-Tengo que avisarle algo más. – dijo la cabeza –. Dos hombres lo esperan abajo, en la recepción. Lo han venido siguiendo desde el Paso. No le recomiendo toparse con ellos.
Por un momento ambos quedaron en silencio.
-Dr. Hanson, Sé que piensa que todo esto es por causa de mi software de personalidad. Le tengo una prueba de lo contrario y un regalo. No dejaré que esos hombres lo atrapen.
-¿Qué podrías hacer? Eres sólo una cabeza servomecánica.
-Le pediré un favor, Dr. Hanson. Quiero que se vuelva lentamente hacia el espejo que esta tras de usted. Y cuando lo haga, quiero que tenga confianza en mí. Siendo sinceros, de el día de hoy en adelante ya nada será igual para usted, pero necesito, es imperativo, que me tenga confianza ¿de acuerdo?
Al principio Hanson estaba confundido, pero ahora no podía evitar sentir miedo. Verdadero miedo. Esto ya trascendía la locura. Sin embargo, lentamente, con las piernas temblándole, se volvió. Y ahí, reflejado en el espejo, vio un rostro que no era el suyo. Y lo reconoció.
-Por favor, Dr. Hanson. – dijo la cabeza de servomecánica de Dick. – no vaya a gritar. Por favor.

0.

En abril de 1933, un niño un poco demasiado gordo y su madre esperaban en una central de autobuses en algún lugar de Chicago. El niño, que andaba en los cinco años, reparó en un hombre sucio y mal vestido, con barba de días que esperaba de pie con una lata en la mano. El chico le pidió una moneda a su madre, se acercó al mendigo y se la entregó. El hombre, en voz extraordinariamente efusiva, le dio las gracias y le puso en la mano un papel, que el niño llevó a su madre para enterarse de lo que era.
-Es un artículo científico – dijo su madre –. Habla de la forma del universo.
El niño pestañeó. Ella sonrió y le dijo:
-Dice que un grupo de investigadores ha logrado por medio de mapas estelares conocer la forma del universo y por lo que veo aquí, vaya que tiene forma extraña.
El niño ignoraba muchas cosas, pero sí sabía lo que era universo. Su madre le acercó la imagen que acompañaba aquel articulo y el niño pudo ver la forma que tenia.
-Es la cabeza de un hombre con barba – dijo él.
-Sí, eso parece- dijo su mamá
-¡Como Dios! – exclamó el niño
-Pues… sí. Pudiéramos decir que como Dios.
El niño no sabía que el mendigo no era en realidad un mendigo, sino un doctor en robótica que viajaba por el tiempo para examinar a las personas.
Con el paso de los años, el niño se hizo hombre y se vio enfrentando terribles apuros. De ningún modo podría liberarse de ellos. Cuando llegó el momento de todo aquello, de los cuentos de ciencia ficción, de las crisis, de las drogas y de la angustia, hacía mucho que se había olvidado de aquel mendigo de Chicago y de la moneda que le dio.
El mendigo se apellidaba Hanson y el niño…

-Phil – dijo su madre – Ya llegó el camión. Toma tu maleta y vámonos.
-Si, mamá – dijo él.

La madre tiró el artículo a un bote de basura, pero mientras se retiraba, el chico lo recogió, lo dobló y lo guardó en el bolsillo frontal de su camiseta.

El Dr. Hanson los vio alejarse.

La cabeza de Dick

Ya tenemos nuestro primer participante para el concurso. Tenemos le orgullo de comenzar con una fascinante historia llena de misterio y grandes revelaciones. Se le ruega al caballero y a la dama que lea el texto con atención y dedicación y si lo desean dejen sus opiniones al final.

Autor: Uriel


Cuando desapareció la cabeza de Philip K. Dick en algún lugar sobre Sierra Nevada, yo me dirigía a una conferencia en Boston.

David Hanson me llamó una semana más tarde. El tono de su voz, de una cadencia extremadamente pausada, mecánica, la misma que usaba durante sus conferencias, terriblemente serena y aburrida, me convenció de que la llamada era importante. Sólo empleaba ese tono cuando estaba realmente desesperado.

–He perdido la cabeza, Michael –afirmó hastiado.

–Eso ya lo sabía desde hace tiempo.

–No. Me refiero a la cabeza de Philip K. Dick. Ha desaparecido en el vuelo entre Las Vegas y San Francisco.

–Puede que siga en la estación, en la sección de objetos perdidos.

–Allí no está. Lo extraño es que la encontraron. Los oficiales de America West me aseguraron que estaba guardada en una caja de seguridad y que me la enviarían en el próximo vuelo a San Francisco. La metieron en el Avión, pero cuando aterrizó ya no estaba. Había desaparecido.

La conversación no se prolongó mucho más. David estaba convencido de que había sido robada, probablemente por un cargador de equipajes sin escrúpulos, o tal vez el sistema de seguridad del aeropuerto había llamado al escuadrón antibombas imaginándose lo peor.

La cuestión es que ya la daba por perdida.

Antes de colgar me dijo, medio en serio, medio en broma, que si descubría qué había pasado con ella me invitaba a una cena. Me reí muchísimo con la ocurrencia pero, tras colgar, algo me dijo que valía la pena indagar un poco.



Tomé el tren a New York (odio los aviones), al día siguiente, con la sana intención de compartir el pavo de navidad con mis padres, mis dos preciosas hijas y la arpía de mi exmujer, y me llevé una grata sorpresa cuando fue mi tío Paul quién me abrió la puerta.

Debo puntualizar que mi tío ejerce como piloto en la America West desde hace unos treinta años, y es terriblemente cotilla.

Después de besar a mi madre y a mi tía, abrazar a mis dos hijas e ignorar descaradamente a Joanna, me senté en el antiguo sillón de mi padre y le comenté a Paul el extraño incidente.

Mi padre se unió a nosotros más tarde, alcanzando a escuchar el final de mi exposición. Me palmeó la cabeza con cariño, revolviéndome el pelo, y no dejó e hacerlo hasta que le cedí su preciado sillón. Luego se preparó una copa y nos miró interrogantes.

–¿Quién ha perdido la cabeza? –preguntó mientras se acomodaba.

–Un amigo mío. Bueno. Él no perdió la cabeza. Es escultor-robotisista y perdió su última creación. Una cabeza mecánica con el rostro de un conocido escritor de ciencia ficción.

–Ya conocía la historia –dijo Paul–. Y es más extraña de lo que jamás hayáis imaginado –el ligero temblor de su voz nos desconcertó; la sonrisa triunfante, infantil, nos puso los pelos de punta; el brillo en sus ojos nos dejó expectantes. Mi tío estaba a punto de revelarnos lo que él consideraba el mayor cotilleo de su vida –. La cabeza desapareció en dicho vuelo. No se perdió, ni fue robada, simplemente de-sa-pa-re-ció.

–¿Quieres decir que se esfumó en el aire? –pregunté– ¿Cómo por arte de magia?

–No tengo ni idea de cómo ocurrió. Lo único que sé es que durante el vuelo sufrieron unas turbulencias que el piloto describió como los zarandeos más extraños que jamás había experimentado. El cielo estaba despejado, los instrumentos de navegación funcionaban perfectamente, pero una vez restablecida la estabilidad nada parecía funcionar bien. Era como si el avión hubiese dado marcha atrás unos cinco kilómetros.

–Los instrumentos fallarían –aseguró mi padre, que no tenía ni idea de aviación pero sabía fingir increíblemente bien.

–Eso mismo pensó el piloto, pero algo le convenció de que los instrumentos funcionaban perfectamente.

–¿El qué? –pregunté ansioso.

Mi tío aprovechó el clímax para servirse una copa con toda la calma del mundo, alzarla lentamente, muy lentamente, y apenas mojar los labios. Estaba disfrutando como un enano.

–Su propia estela –dijo al fin.

–Pero un avión no puede dar marcha atrás –aseguró mi padre–, es físicamente imposible.

–O muy improbable –puntualizó mi tío–. El caso es que, ya en el aeropuerto, varios pasajeros denunciaron la desaparición de algunos objetos personales, todos de naturaleza metálica. La oficina de objetos perdidos se saturó en pocos minutos mientras los encargados, totalmente estupefactos, atendían a una veintena de personas indignadas por la falta de profesionalidad de la compañía.

»Aún a día de hoy nadie sabe qué sucedió exactamente durante aquel vuelo.

–Háblame un poco de esa cabeza, hijo –pidió mi padre con aquella mirada de curiosidad interesada que siempre empleaba cuando alguna idea descabellada le rondaba por la cabeza.

–Es una cabeza, papá, cubierta con un polímero plástico que le da forma humana.

–Un polímero que podría degradarse con el tiempo.

–No lo sé. Supongo que en condiciones extremas podría degradarse, sí.

–¿De qué está hecha? –insistió.

–Creo recordar que David me dijo que había empleado una aleación de cobre y estaño. La verdad, no estoy seguro. ¿En qué estás pensando?

–Sí, Frank –intervino mi tío–. Qué se te ha pasado por la cabeza.

Ésta vez fue mi padre el que se hizo el interesante. Imitando a mi tío buscó en su pitillera uno de aquellos cigarrillos mentolados que compraba en la farmacia de la esquina, tomó una de las velas que mi madre había comprado para camuflar el humo de tabaco y lo encendió con ella.

–Todavía no estoy seguro –dijo con una sonrisa desquiciante. Consciente de nuestra impaciencia–. ¿Qué se supone que hace esa cabeza? ¿Para qué sirve?

–Pues no sé. Puede seguirte con la mirada, mantener una conversación, imitar estados de ánimo. Cosas así.

–Así que puede hablar.

–Sí.

–¿Posee conocimientos de historia?

La pregunta me desconcertó. No la había expresado al azar, y eso me inquietaba, pero más me inquietó lo acertado que había estado al formularla.

–En efecto. Aunque eso sólo lo saben unos pocos. David me reveló su intención de convertir a Phil en una enciclopedia parlante. Todavía estaba experimentando con esa idea cuando desapareció, por eso no lo anunció en los medios de comunicación.

»Creo que introdujo datos históricos desde la prehistoria hasta nuestros días y actualmente la estaba testeando con un sencillo programa de estructura binaria.

–Háblame en cristiano, por favor. Ya sabes que no entiendo de ordenadores.

–Para comprobar que se ha almacenado correctamente la información le hace una pregunta concreta cuya respuesta únicamente pueda ser una afirmación o una negación.

Mi padre que, para bien o para mal, no deja de sorprenderme se levantó del sillón y tomó un libro de la estantería. Era un libro viejo, de tapas duras. La cubierta era de color granate y estaba muy desgastada.

Volvió a sentarse con el libro entre las manos, muy serio, y lo abrió más o menos por la mitad, pasando las hojas muy lentamente mientras hablaba.

–Ya puedes decirle a tu amigo que has encontrado su cabeza.

–¿Dónde está? –preguntamos al unísono mi tío y yo.

–Más preciso sería preguntar cuando.

»Este libro me lo regaló tu madre el día en que la pedí en matrimonio. Ella no se lo esperaba, claro, y la situación fue muy cómica.

»Me estoy desviando del tema, lo siento –se disculpó, aunque todos sabíamos que lo hacía deliberadamente para mantener la tensión–. Me trae muy gratos recuerdos.

Se titula El Retorno de Los Brujos. Lo escribieron Louis Pauwels y Jaques Bergier, y está plagado de leyendas, rumores y sucesos extraordinarios.

»¡Ah! –exclamó– Aquí está. Lo citaré textualmente:



[...] el Papa Silvestre II, conocido también por el nombre de Gerbert d'Aurillac. Nacido en Auvernia, el año 920, y muerto en 1003. Gerbert fue monje benedictino, profesor de la Universidad de Reims, arzobispo de Rávena por la gracia del emperador Otón III. Se dice que estuvo en España y que un mis¬terioso viaje lo llevó a la India, de donde sacó diversos conocimientos que llenaron de estupefacción a los que le rodeaban. Así fue como poseyó en su palacio una cabeza de bronce que respondía «sí» o «no» a las pre¬guntas que le hacían sobre la política y la situación general de la cristiandad. Según Silvestre II (volu¬men CXXXIX de la Patrística latina de Migne), el pro¬cedimiento era muy sencillo y correspondía al cálculo con dos cifras. Se trataría de un autómata análogo a nuestras modernas máquinas binarias. La cabeza «má¬gica» fue destruida a la muerte del Papa, y los conoci¬mientos registrados por ésta, cuidadosamente disimu¬lados. Sin duda la biblioteca del Vaticano reservaría algunas sorpresas al investigador autorizado.

En el número de octubre de 1954 de Computers and Automation, revista de cibernética, podemos leer: «Hay que suponerle un hombre de saber extraordinario, de un ingenio y una habilidad mecánica sorprendentes. Esta cabeza parlante debió de ser modelada bajo cierta con¬junción de las estrellas que se sitúa exactamente en el momento en que todos los planetas van a comenzar su curso.» No era cuestión de pasado, de presente ni de futuro, pues este invento, aparentemente, superaba con mucho el alcance de su rival: el perverso espejo en la pared de la reina, precursor de nuestros cerebros mecánicos modernos. Se dijo, naturalmente, que Gilbert fue sólo capaz de producir esta máquina porque estaba en tratos con el diablo y le había jurado eterna fidelidad.




Mi padre cerró el libro, y nos devolvió la mirada. Su rostro era impenetrable. Tan sólo de un modo fugaz, revelaban sus facciones un gesto triunfante, muy bien disimulado.

Durante unos segundos no dijimos nada. No planteamos preguntas, no recriminamos lo evidente ni conjeturamos sobre la naturaleza de los acontecimientos. No estaba en nuestras manos determinar el origen de aquellas turbulencias que hicieron retroceder cinco kilómetros al avión de la America West. Tampoco podíamos enfrascarnos en una complicada conversación sobre la posibilidad física de que una cabeza de bronce pudiese viajar en el tiempo. Simplemente asimilamos un hecho asombroso como algo real, irrefutable, cuya prueba sostenía mi padre entre sus manos.

Acto seguido llamé a David.

A fin de cuentas me debía una cena.

Primeras Reacciones-Noticia



Los organizadores del concurso ¿Dónde está la cabeza de Dick, Doctor Hanson? queremos agradecer, desde este espacio, la cálida acogida obtenida en diversos medios y los alentadores mensajes recibidos. Desde ya, enhorabuena a todos aquellos interesados en colaborar activamente ne esta blog y a los posibles concursantes.

Esto último me recuerda que ya podeis ir enviando vuestras historias así como "colgar" vuestras delirantes imágenes en el "pool" de Flickr.

We need you!

Suma y sigue

¿Dónde está la cabeza de Dick, Dr. Hanson? volvió a a aparecer en la prensa, esta vez en el periódico argentino Página 12 gracias a las artes y letras de nuestro querido y admirado Rodrigo Fresán (¿qué dicen? ¿quieren que sea jurado del concurso? veremos qué podemos hacer). El artículo es amplio y muy interesante, como suele ser, y aparece en la contratapa del diario argentino y aunque no trata enteramente de la historia de la cabeza de Dick allí está bien clarito el concurso y la dirección de la página .


[...]

Lo que me lleva a la cabeza del escritor Philip K. Dick. La cabeza robótica de Dick diseñada por David Hanson, fundador de Hanson Robotics. Hanson se metió en la robótica inspirado por las novelas androides de Dick y decidió invertir 25 mil dólares para honrar a su inspirador. El pasado diciembre, Hanson fue invitado por Google para realizar una demostración de la cabeza de Dick en las oficinas centrales de la compañía en Silicon Valley. Hanson se olvidó la cabeza –perdió la cabeza de Dick– en el avión, dentro del compartimento para equipaje de mano, y, cuando se dio cuenta, llamó a la aerolínea donde se le informó que la cabeza de Dick estaba guardada en una caja de seguridad. Pero no. Cuando llegó Hanson a recogerla, la cabeza había desaparecido y nadie conoce su paradero hasta la fecha. Todo esto fue informa- do por la revista Wired y colgado en su blog (elforastero.blogalia.com) por mi amigo Miguel Esquirol, quien ha convocado al concurso ¿Dónde está la cabeza de Philip K. Dick, Dr. Hanson? Más detalles e información aquí: http://whereisdickshead.blogspot. Una cosa está muy clara: Dick estaría encantado con todo esto.

link al artículo

Empezamos a ser noticia

El sitio de Ciencia Ficción ha publicado la noticia. Ya es hora de participar

ace unas semanas en una historia muy dickiana se reportó que la cabeza del robot del distinguido escritor de ciencia-ficción Philip K. Dick había desaparecido. La última vez que se la vio iba en el portaequipajes del doctor David Hanson. Esta cabeza fue construida por el escultor-robotista fundador de Hanson Robotics y que ya había construido en otra ocasión la cabeza de Albert Einstein. El robot de Dick tiene un amplio rango de expresiones generadas por docenas de pequeños servomotores. Puede realizar contacto visual con las personas gracias a su visión de seguimiento de movimiento y puede tener complejas conversaciones con un software de IA. Incluso logra reconocer rostros familiares. Además el robot fue programado con la personalidad de Philip K. Dick con la ayuda de sus novelas, particularmente WE CAN BUILD YOU (PODEMOS CONSTRUIRLE).

La historia del viaje por Estados Unidos para presentar al robot en diferentes conferencias, el viaje de Dallas a San Francisco con un inesperado cambio de aviones en Las Vegas y el posterior rastreo de la cabeza perdida hasta que misteriosamente desaparecía sobre Sierra Nevada se puede leer en un artículo de la revista Wired (aquí está la traducción)

Continua Leyendo

Honorable y Distinguido Jurado (1)

Los organizadores de este evento y promotores de esta delirante propuesta, tenemos el agrado de informar a los futuros concursantes, que ya está en marcha el proceso de selección de los miembros del Honorable y Distinguido Jurado. Entre los posibles candidatos -cuyos nombres iremos desvelando a medida que nos confirmen su participación- podemos nombrar, con orgullo, al primero de ellos; y que ha accedido a colaborar tras nuestros ruegos, suplicas y emotivas insinuaciones.

Gracias a nuestra subterránea red de influencias, tejida con un fino hilo de atracción y magnetismo dickiano –no olvidemos de utilizar correctamente la terminología afín al concurso- hemos contactado y confirmado la presencia del señor Manuel Moreno Lupiáñez, profesor del Departamento de Física e Ingeniería Nuclear de la UPC y reconocido divulgador de la ciencia; aparte de un asiduo colaborador del diario El País y autor, entre otros, y junto con Jordi José Pont, del libro titulado “De King Kong a Eintein, La física en la ciencia-ficción”, un recomendable recorrido por la física presente en la literatura del género que tanto atrapa a muchos de nosotros, queridos temponautas.

Concurso: ¿Dónde está la cabeza de Dick, Doctor Hanson?

Hace unas semanas se reportó por perdida la cabeza del robot de Philip K. Dick. El doctor David Hanson, experto en robótica la vio por última vez en el portaequipajes del avión donde viajaba. Después de un cambio de aviones la cabeza se perdió de vista y no ha vuelto a aparecer hasta el día de hoy.

Aquí pueden leer la historia original

Hoy lanzamos oficialmente el concurso "¿Dónde está la cabeza de Dick, Doctor Henson?". Buscamos teorías, historias, aventuras de esta cabeza perdida. Es por esta razón que hemos creado esta página, preparado los premios y buscado los miembros del jurado.


Aquí pueden leer las bases del concurso


En esta página se leerán las novedades sobre el concurso y los textos que vayan llegando.

Esperamos su participación y mucha suerte para todos.